Tan despistada
como soy yo, había olvidado por completo que hace más de un mes había escrito
una pequeña reflexión sobre Sheldon Cooper que quería compartir con vosotros. Pero
nunca es tarde. En ella, me adentro nuevamente en la personalidad de Sheldon
para estudiar cómo reacciona este en las discusiones, y también me centro en
su consideración de sí mismo.
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Para todos
aquellos que valoramos a los personajes de personalidad especial, peculiar y
única, Sheldon (The Big Bang Theory) es,
en cierto modo, un héroe contemporáneo: se crece ante la adversidad y se opone
a lo establecido, reivindicando —en las numerosas disputas dialécticas a las
que ha de enfrentarse a lo largo de las temporadas— su postura ante un estupefacto
y jocoso adversario —normalmente Barry Kripke, Leslie Winkle o Will Wheaton— cuyas burlas y humillaciones no parecen tener efecto sobre el
físico teórico.
Sheldon,
haciendo gala de una más que óptima opinión sobre sí mismo —que raya, de forma
inexcusable, en el egocentrismo—, de un aplomo y una seguridad patentes pero tal
vez —solo tal vez— impostados y de una lógica desconcertante de puro
aplastante, trata de desmontar uno a uno todos y cada uno de los argumentos de su
némesis.
A pesar de todo,
no siempre su réplica resulta exitosa. No parece suficientemente convincente
responder —por ejemplo—: «No estoy loco, mi madre me hizo las pruebas» a no ser que desees
ofrecer mayor munición a tu atacante por medio de una respuesta que, en manos
de un interlocutor avispado y espabilado, se puede volver contra ti. Del mismo modo, sus comentarios hirientes e incisivos no siempre logran tener en el otro el efecto deseado. En otras ocasiones, sus respuestas, por apresuradas, pecan de insustanciales, flojas o infantiles, lo que confiere a su enemigo la tranquilidad de saberse momentáneamente por encima y de haberse apuntado ese tanto a su favor al no haber obtenido una réplica contundente ante su ataque.
Eso nos lleva a
otra de las aristas de este diamante en bruto llamado Sheldon: su ingenuidad,
inocencia y candidez, tácitas en muchas de sus respuestas que, careciendo de la
genialidad y sabiduría arrolladoras que cabría esperar en él, se antojan
infantiles, picajosas e inmaduras en un hombre de su edad. Sheldon es un niño
grande, un “sabio infantiloide” que, frecuentemente, se deja en evidencia a sí
mismo por tratar de superar a su rival rebajándose a su altura en lugar de
ignorarles con el silencio que merecen. No lo puede evitar: un genio autoreconocido
no puede tolerar que una “mente inferior” (como él las considera) trate de
usurpar su primer puesto en cualquier
clase de disputa dialéctica, por vulgar que esta resulte en comparación a su
propio nivel intelectual.
No obstante, Sheldon,
a pesar de su apariencia de férreo robot ajeno a los sentimientos y blindado
ante las críticas, esconde —bajo ese escudo de acero erigido para protegerse de
los insultos, humillaciones y críticas recibidas a lo largo de los años—, un blando
corazón que el espectador ha visto estremecerse múltiples veces en pantalla. Jim
Parsons, actor excepcional sin tacha posible, pone de su parte en aportar al
personaje la humanidad que el propio Sheldon hace todo lo posible por esconder
y de la que reniega, intentando encontrar en su reflejo la imagen de las máquinas
frías e insensibles a las que este personaje tanto admira.
Él busca reivindicar
su lugar en una sociedad que lo excluye constantemente. Está plenamente
convencido de pertenecer a un estadio evolutivo superior comprendido dentro de
la especie humana. Sin duda, este alarde de superioridad, esta vanidad y esa desproporcionada
alta estima en la que se tiene, le lastran enormemente de cara a su relación
con los otros personajes, no así con el espectador, al que coloca en una
compleja y divertida relación de amor/odio hacia él. Constituye el ejemplo perfecto
de aquella persona que disfrutamos observando en la ficción pero que jamás querríamos
cruzarnos en nuestra propia vida. En el plano de la realidad, los elogios hacia
Sheldon se tornarían, entonces, en bofetadas sin dudarlo, pues los desprecios
que este lleva a cabo resultarían insoportables en el mismo momento en el que
comenzaran a cometerse contra nuestra persona.
Sheldon Cooper Vs. Leslie Winkle:
Fuentes de las imágenes: