Antes que nada, pido perdón por mi demora, ya que prometí que en Navidades publicaría algo nuevo, pero es que estoy hasta arriba de trabajo. Aquí dejo mi reseña particular del Libro de Buen Amor del Arcipreste de Hita, Juan Ruiz.
Calificación: 7/10. 3 estrellas de 5.
Sinopsis
personal: Juan
Ruiz, Arcipreste de Hita, relata una serie de anécdotas sobre su fracasada vida
amorosa, en las que, con ayuda de una alcahueta, trata de conquistar a quince
damas diferentes con resultados nada satisfactorios. Entre estas se intercalan cuentos,
fábulas moralizantes, alegorías y personificaciones o alabanzas a la Virgen María,
de diferentes extensiones y a modo de digresiones de la trama principal. Según el
autor, el objetivo —no exento de ambigüedad y dobles intenciones—, sería
promover el Buen Amor, esto es, el amor a Dios, en detrimento del amor terrenal
y pecaminoso en el que, sin embargo, el autor se centra a lo largo de toda la obra.
¿Curioso, no?
Opinión
personal: Era de
ese tipo de libros que conoces desde hace muchísimo tiempo y que te llaman la
atención, y piensas: «tengo que leerlo pero me da pereza, pues me tiran más
otras lecturas más livianas o actuales; así que necesitaría un motivo de peso
que sirviera como incentivo para leerlo». Ese motivo ha venido de la mano de un
profesor mío, que nos lo ha mandado como lectura obligatoria en una asignatura.
A pesar de todo el trabajo que teníamos, yo me alegré, pues al haber hablado el
profesor de él en clase habían aumentado mis ganas de leerlo.
Empecé el libro con bastante
curiosidad pero pronto me desmoralicé, pues, hablando en plata, no entendía un
carajo. La culpa fue mía, porque al escoger una edición opté por la de Cátedra
por su renombre y reconocimiento pero no se me ocurrió echar un vistazo y leer unas
estrofas para darme cuenta de que estaba en castellano antiguo puro. Y aun así
puede que me hubiera fiado y me lo hubiese llevado de todos modos. El caso es que
no avanzaba, porque tenía que releer un montón de veces cada estrofa para
comprender qué era lo que decía. A eso se suma que soy excesivamente
concienzuda y no me gusta “leer por encima”, sino enterarme bien de cada línea. Total, tomé la sabia decisión
de cambiar de edición y escoger la versión en castellano moderno de María Brey Mariño
de la editorial Castalia y por fin, aunque no sin esfuerzo, pude acabarme el
libro.
El caso es que yo distinguiría
en la obra dos partes muy diferenciadas. Por una parte, aquellos capítulos que
se centran en las anécdotas amorosas del arcipreste, al servicio de las cuales
se recurre a fábulas de animales y otras historias para ejemplificar, por medio
de ellas, la moraleja o enseñanza que se quieren transmitir. Esas partes se
hacían amenas y entretenidas, y había anécdotas realmente hilarantes como la de
los dos perezosos que trataban de cortejar a una mujer presumiendo de sus
respectivos y exacerbados grados de pereza:
«Respondioles la dama que
quería casar
con el más perezoso: ese quiere
tomar.
Esto dijo la dueña queriéndolos
burlar.
Habló en seguida el cojo; se
quiso adelantar:
- Señora –dijo-, oíd primero mi
razón,
yo soy más perezoso que este mi
compañón.
Por pereza de echar el pie
hasta el escalón
caí de la escalera, me hice
esta lesión.
Otro día pasaba a nado por el
río,
pues era de calor el más ardiente
estío;
perdíame de sed, mas tal pereza
crío
que, por no abrir la boca,
ronco es el hablar mío.
Luego que calló el cojo, dijo
el tuerto: - Señora,
pequeña es la pereza de que
éste habló ahora;
hablaré de la mía, ninguna la
mejora
ni otra tal puede hallar hombre
que a Dios adora.
Yo estaba enamorado de una dama
en abril,
estando cerca de ella, sumiso y
varonil,
vínome a las narices
descendimiento vil:
por pereza en limpiarme perdí
dueña gentil.
Aún más diré, señora: una noche
yacía
en la cama despierto y muy
fuerte llovía;
dábame una gotera del agua que
caía
en mi ojo; a menudo y muy
fuerte me hería.
Por pereza no quise la cabeza
cambiar;
la gotera que digo, con su muy
recio dar,
el ojo que veis huero acabó por
quebrar.
Por ser más perezoso me debéis
desposar.»
Otra parte estaría compuesta
por composiciones más solemnes y serias, de tipo religioso, como las cantigas a
Santa María, por ejemplo, que espesaban, ralentizaban y entorpecían enormemente
el ritmo de lectura y hacía parecer que el libro, en lugar de menguar con el
avance en la lectura, crecía por momentos. Es más, algunos de estos realmente
me parecían que no venían al caso y que rompían el ritmo proporcionado por
capítulos anteriores. Especialmente larga y pesada se me hizo la disputa entre
Don Carnal y Doña Cuaresma.
Esto no impedía, sin embargo,
algún que otro apunte ácido contra la Iglesia, de los que he querido rescatar dos
bastante buenos, también en castellano moderno para que se entienda sin
problemas:
«Yo he visto a muchos monjes en
sus predicaciones
denostar al dinero y a las sus
tentaciones,
pero, al fin, por dinero
otorgan los perdones,
absuelven los ayunos y ofrecen
oraciones.
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Clérigos,
monjes, frailes no toman los dineros,
pero guiñan el ojo hacia los
herederos
y aceptan donativos sus hombres
despenseros;
mas si se dicen pobres ¿para
qué tesoreros?»
Hay que destacar algunos versos
o estrofas de carácter humorístico que, al menos, conseguían sacarte una
sonrisa durante la lectura, como el ya citado de los perezosos. Junto a estos,
mi otra parte favorita ha sido el cortejo de Don Melón a Doña Endrina. Es una
de esas partes del libro que a mucha le suena aunque no lo hayan leído, al
igual que la historia de Don Pitas Payas, también bastante conocida y muy
curiosa debido a su ocurrente desenlace.
No puedo evitar encontrar
semejanzas más que notables entre la historia de Don Melón y Doña Endrina y La Celestina (clásico español que
recomiendo sin dudarlo), debido a la historia en sí, a su desarrollo y, como
no, especialmente debido a la figura de la alcahueta Trotaconventos. También,
por último, por la descripción, de considerable belleza, que se hace del sentimiento
de la persona enamorada —aunque quizá sigue sin ser comparable a la que se hace
en La Celestina—. Esta descripción
emocional ocupa varias páginas, pero como muestra vale un botón:
«Estoy herido y llagado, por un
dardo estoy perdido,
en mi corazón lo traigo,
encerrado y escondido;
quisiera ocultar mi daño, pero
moriré si olvido,
ni aun me atrevo a decir quién
es la que me ha herido.»
Dejando a un lado las partes
más pesadas y los apuntes indignantemente machistas que por desgracia todo libro
de hace siglos tiene, es un libro del que recomiendo la lectura por su
eclecticismo, por conjugar historietas de naturaleza tan diferente, y porque es
la típica obra que cualquier persona interesada en los clásicos, en el mundo
humanista o, simplemente, en adquirir cultura debería leer al menos una vez en
la vida, sobre todo si eres español.
Arcipreste de Hita, Juan Ruíz (2008): Libro de Buen Amor (ed. de Alberto Blecua). Madrid: Cátedra.
Arcipreste de Hita (2003): Libro
de Buen Amor (versión de María Brey Mariño) Madrid: Castalia.
Fuentes de los
fragmentos: