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lunes, 9 de enero de 2017

Reseña del "Libro de Buen Amor"

Antes que nada, pido perdón por mi demora, ya que prometí que en Navidades publicaría algo nuevo, pero es que estoy hasta arriba de trabajo. Aquí dejo mi reseña particular del Libro de Buen Amor del Arcipreste de Hita, Juan Ruiz.

Calificación: 7/10. 3 estrellas de 5.

Sinopsis personal: Juan Ruiz, Arcipreste de Hita, relata una serie de anécdotas sobre su fracasada vida amorosa, en las que, con ayuda de una alcahueta, trata de conquistar a quince damas diferentes con resultados nada satisfactorios. Entre estas se intercalan cuentos, fábulas moralizantes, alegorías y personificaciones o alabanzas a la Virgen María, de diferentes extensiones y a modo de digresiones de la trama principal. Según el autor, el objetivo —no exento de ambigüedad y dobles intenciones—, sería promover el Buen Amor, esto es, el amor a Dios, en detrimento del amor terrenal y pecaminoso en el que, sin embargo, el autor se centra a lo largo de toda la obra. ¿Curioso, no?

Opinión personal: Era de ese tipo de libros que conoces desde hace muchísimo tiempo y que te llaman la atención, y piensas: «tengo que leerlo pero me da pereza, pues me tiran más otras lecturas más livianas o actuales; así que necesitaría un motivo de peso que sirviera como incentivo para leerlo». Ese motivo ha venido de la mano de un profesor mío, que nos lo ha mandado como lectura obligatoria en una asignatura. A pesar de todo el trabajo que teníamos, yo me alegré, pues al haber hablado el profesor de él en clase habían aumentado mis ganas de leerlo.

Empecé el libro con bastante curiosidad pero pronto me desmoralicé, pues, hablando en plata, no entendía un carajo. La culpa fue mía, porque al escoger una edición opté por la de Cátedra por su renombre y reconocimiento pero no se me ocurrió echar un vistazo y leer unas estrofas para darme cuenta de que estaba en castellano antiguo puro. Y aun así puede que me hubiera fiado y me lo hubiese llevado de todos modos. El caso es que no avanzaba, porque tenía que releer un montón de veces cada estrofa para comprender qué era lo que decía. A eso se suma que soy excesivamente concienzuda y no me gusta “leer por encima”, sino enterarme bien de cada línea. Total, tomé la sabia decisión de cambiar de edición y escoger la versión en castellano moderno de María Brey Mariño de la editorial Castalia y por fin, aunque no sin esfuerzo, pude acabarme el libro.

El caso es que yo distinguiría en la obra dos partes muy diferenciadas. Por una parte, aquellos capítulos que se centran en las anécdotas amorosas del arcipreste, al servicio de las cuales se recurre a fábulas de animales y otras historias para ejemplificar, por medio de ellas, la moraleja o enseñanza que se quieren transmitir. Esas partes se hacían amenas y entretenidas, y había anécdotas realmente hilarantes como la de los dos perezosos que trataban de cortejar a una mujer presumiendo de sus respectivos y exacerbados grados de pereza:

«Respondioles la dama que quería casar
con el más perezoso: ese quiere tomar.
Esto dijo la dueña queriéndolos burlar.
Habló en seguida el cojo; se quiso adelantar:

- Señora –dijo-, oíd primero mi razón,
yo soy más perezoso que este mi compañón.
Por pereza de echar el pie hasta el escalón
caí de la escalera, me hice esta lesión.

Otro día pasaba a nado por el río,
pues era de calor el más ardiente estío;
perdíame de sed, mas tal pereza crío
que, por no abrir la boca, ronco es el hablar mío.

Luego que calló el cojo, dijo el tuerto: - Señora,
pequeña es la pereza de que éste habló ahora;
hablaré de la mía, ninguna la mejora
ni otra tal puede hallar hombre que a Dios adora.

Yo estaba enamorado de una dama en abril,
estando cerca de ella, sumiso y varonil,
vínome a las narices descendimiento vil:
por pereza en limpiarme perdí dueña gentil.

Aún más diré, señora: una noche yacía
en la cama despierto y muy fuerte llovía;
dábame una gotera del agua que caía
en mi ojo; a menudo y muy fuerte me hería.

Por pereza no quise la cabeza cambiar;
la gotera que digo, con su muy recio dar,
el ojo que veis huero acabó por quebrar.
Por ser más perezoso me debéis desposar.»

Otra parte estaría compuesta por composiciones más solemnes y serias, de tipo religioso, como las cantigas a Santa María, por ejemplo, que espesaban, ralentizaban y entorpecían enormemente el ritmo de lectura y hacía parecer que el libro, en lugar de menguar con el avance en la lectura, crecía por momentos. Es más, algunos de estos realmente me parecían que no venían al caso y que rompían el ritmo proporcionado por capítulos anteriores. Especialmente larga y pesada se me hizo la disputa entre Don Carnal y Doña Cuaresma. 

Esto no impedía, sin embargo, algún que otro apunte ácido contra la Iglesia, de los que he querido rescatar dos bastante buenos, también en castellano moderno para que se entienda sin problemas:

«Yo he visto a muchos monjes en sus predicaciones      
denostar al dinero y a las sus tentaciones,
pero, al fin, por dinero otorgan los perdones,
absuelven los ayunos y ofrecen oraciones.
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Clérigos, monjes, frailes no toman los dineros,
pero guiñan el ojo hacia los herederos
y aceptan donativos sus hombres despenseros;
mas si se dicen pobres ¿para qué tesoreros?»

Hay que destacar algunos versos o estrofas de carácter humorístico que, al menos, conseguían sacarte una sonrisa durante la lectura, como el ya citado de los perezosos. Junto a estos, mi otra parte favorita ha sido el cortejo de Don Melón a Doña Endrina. Es una de esas partes del libro que a mucha le suena aunque no lo hayan leído, al igual que la historia de Don Pitas Payas, también bastante conocida y muy curiosa debido a su ocurrente desenlace.

No puedo evitar encontrar semejanzas más que notables entre la historia de Don Melón y Doña Endrina y La Celestina (clásico español que recomiendo sin dudarlo), debido a la historia en sí, a su desarrollo y, como no, especialmente debido a la figura de la alcahueta Trotaconventos. También, por último, por la descripción, de considerable belleza, que se hace del sentimiento de la persona enamorada —aunque quizá sigue sin ser comparable a la que se hace en La Celestina—. Esta descripción emocional ocupa varias páginas, pero como muestra vale un botón:

«Estoy herido y llagado, por un dardo estoy perdido,
en mi corazón lo traigo, encerrado y escondido;
quisiera ocultar mi daño, pero moriré si olvido,
ni aun me atrevo a decir quién es la que me ha herido.»

Dejando a un lado las partes más pesadas y los apuntes indignantemente machistas que por desgracia todo libro de hace siglos tiene, es un libro del que recomiendo la lectura por su eclecticismo, por conjugar historietas de naturaleza tan diferente, y porque es la típica obra que cualquier persona interesada en los clásicos, en el mundo humanista o, simplemente, en adquirir cultura debería leer al menos una vez en la vida, sobre todo si eres español.


Arcipreste de Hita, Juan Ruíz (2008): Libro de Buen Amor (ed. de Alberto Blecua). Madrid: Cátedra.

Arcipreste de Hita (2003): Libro de Buen Amor (versión de María Brey Mariño) Madrid: Castalia.


Fuentes de los fragmentos: