Por fin le pude echar mano. Larga fue la espera.
Para los despistados, Sol de medianoche nos cuenta la misma historia que su antecesor Crepúsculo (primer libro de la saga de este mismo nombre) pero desde la perspectiva del vampiro Edward en lugar de la de la humana Bella.
Desde que a principios del pasado verano llegó a mis oídos (o a mis ojos, más bien) que Sol de medianoche había sido terminado (después de más de una década de espera) e iba a ser finalmente publicado en agosto del 2020, los días no parecían pasar lo suficientemente rápido.
Sobre la saga Crepúsculo:
Nunca he sido una fan entregadísima de Crepúsculo. Me he leído los libros más de una vez y he visto las películas en varias ocasiones, pero mis períodos de interés por la saga sufrían bastantes baches. Si los releía me mantenía “obsesionada” con la saga durante unas semanas y luego se me pasaba.
A pesar de que a rasgos generales es una saga que me gusta y que podría situar más o menos entre mis favoritas, mi mayor problema con ella lleva el nombre de la protagonista de la saga original, Bella Swan. Anodina, rancia, cabezota y sosa. Lo que otros catalogan de valentía yo lo atribuyo más bien a una soberana estupidez, obstinación y egoísmo (sí, egoísmo, porque nunca se para a pensar en los constantes problemas que causa a los Cullen ni en el dolor que sus decisiones provocan a sus padres). Por mucho que la autora pretendiera hacer de la protagonista una persona sencilla, modesta y anti-materialista, se pasó ocho pueblos hasta el punto en que resulta cargante. No le gusta bailar, no le gusta la moda, no le gusta la música… ¿Se puede saber qué le gusta a esta mujer? Aparte de Edward, claro está.
A pesar de eso, la Bella de los libros, al menos en el primero de ellos, tenía unos momentos salvables cuando recurría, por ejemplo, al cinismo o la mordacidad en algunas de sus ácidas respuestas al todavía muy distante Edward. En esos momentos la chica podía merecer apenas un atisbo de interés.
Sin embargo, en las películas, incluso eso nos fue arrebatado. Aparte de los directores y guionistas, la mayor parte de la culpa la tuvo, por supuesto, la actriz. Kristen Stewart es una de las actrices que más detesto por razones obvias. Es inexpresiva, insulsa, antipática y va por la vida como sometida permanentemente bajos los efectos de un fuerte tranquilizante. Si de por sí Bella Swan no era de mi agrado, Kristen no hizo otra cosa que acabar de rematarla.
Robert Pattinson —quien con sus continuos desprecios hacia la saga, sus admiradores y la autora se ha ganado a pulso mi merecido desprecio— no lo hizo mucho mejor. Edward era un personaje muchísimo más interesante que Bella, y si bien el papel requería interpretar a un ser atormentado y taciturno, el Edward del primer libro muestra a mitad del mismo una faceta risueña, feliz e ilusionada ante su enamoramiento que brilló completamente por su ausencia en el film. Eso por no hablar del atractivo físico nulo de los dos actores protagonistas. ¿No se suponía que al menos Edward tenía que ser tan hermoso como un dios griego?
A pesar de que las películas y el cuarto libro hicieron todo lo que estuvo en sus manos porque dejara de gustarme la saga (no me hagáis hablar de la estupidez que entraña la propia existencia de Renesmee, por favor), ninguno lo consiguieron.
En busca y captura de un ejemplar de Sol de medianoche:
En su momento ya me fastidió que la autora desechara la maravillosa idea de continuar la re-narración del primer libro por parte de un personaje verdaderamente interesante (esto es, Edward), y los pocos capítulos que publicó gratuitamente me dejaron con ganas de más y la nostalgia de lo que pudo haber sido. Recordemos que interrumpió su escritura porque estos capítulos fueron filtrados en internet y eso le provocó un berrinche. Después de eso la voluntad de terminarlo algún día le iba y le venía a temporadas.
Al parecer, si una cosa buena ha tenido esta maldita pandemia, ha sido que Stephenie ha dispuesto del tiempo —y del aburrimiento— que necesitaba para ponerse manos a la obra y terminarla. Y yo se lo agradezco infinitamente, porque se ha convertido en mi libro favorito de la saga.
Dado que tratándose de la primera lectura quería poder disfrutarlo en mi propio idioma, no me quedaba otra que esperar a que terminara el verano y fuera publicado en español. Eso sí, con lo que no contaba es que su elevado precio me haría desechar la idea de comprármelo en cuanto saliera. Entonces se me planteó un gran dilema: ¿Sacrificaba 19,95€ en un capricho en tiempos de crisis, aguardaba con la esperanza de que alguna biblioteca de mi ciudad lo comprara y así no tener que pagar yo por él o bien esperaba a Navidad para pedírmelo por Reyes?
La primera opción decidí descartarla, en parte para evitar cargos de conciencia y en parte porque el pasado septiembre me hallaba completamente inmersa en mi primera —sí, primera— lectura de la saga de Harry Potter, por lo que igualmente no lo hubiera leído hasta que no hubiera terminado con esta (algo que se demoró más de lo previsto, hasta diciembre, porque hay que ver lo largos que son los cuatro últimos libros del joven mago).
Aposté temporalmente por la segunda opción, con la mala suerte de que mi biblioteca de siempre aún no lo había comprado (e ignoraron mis dos peticiones de compra). Para colmo, después de molestarme en hacerme un nuevo carnet para otra biblioteca en la que sí lo tenían, me dijeron que no podría poner mis manos sobre él hasta pasadas varias semanas porque estaba prestado y después tenía que someterse a un período de cuarentena anti-covid.
Así pues, viendo que no iba a poder hacerme con él hasta diciembre como mínimo, lo mismo me daba esperar un poquito más hasta Reyes, por lo que finalmente opté por esa tercera opción, sabiendo que su elevado precio haría que la inclusión del libro en mi lista supondría tener que renunciar a otros posibles regalos que también me hacían ilusión. Me resigné a ello.
A pesar de las enormes ganas que había tenido de leerlo durante medio año, con esto pasa un poco como con el hambre, de tanto esperar para comer se te acaba pasando un poco. Con la tranquilidad de ya tenerlo entre mis manos, me dediqué a terminar otros libros sobre Harry Potter que tenía en mi casa sin leer “desde el año la pera” aprovechando la “Pottermanía” que me había entrado desde que había empezado la saga (si antes de leerme los libros yo ya era Potterhead lo soy aún más ahora).
Por tanto, no fue hasta este mes de febrero que lo comencé… y que lo terminé, unas dos semanas después. Si hubiera dispuesto de más tiempo para leer me lo hubiera acabado en un lapso de tiempo más reducido, pero a mi apretado calendario había que sumarle a ingente extensión del libro (sí, supera los de Harry Potter) y mi deseo de no terminarlo cuanto antes sino deleitarme en una lectura que me había traído tanto de cabeza los últimos meses.
Los capítulos eran largos (los más cortos me llevaban una media hora), y solía leerme una media de dos al día tras la cena o justo antes de dormir. Eso sí, al contrario de lo que llevo haciendo toda mi vida, no lo leía tumbada sobre la cama, ya que el enorme peso de semejante mole titánica me hubiera aplastado las costillas y hubiera tenido que acudir corriendo a urgencias.
Ahora ya entrando en lo que todos estaréis esperando: el libro.
Opinión sobre Sol de medianoche:
Me ha encantado. Sospechaba que me iba a gustar, pero ha superado mis expectativas. Puede resultar una obviedad pero, evidentemente, resulta mucho más atractivo estar dentro de la mente de Edward que dentro de la de Bella. Eso sí, a veces exaspera un poquito la terriblemente equivocada visión de sí mismo que tiene y la desmesurada concepción de Bella que posee en comparación, y, a pesar de que es un hombre sin duda inteligente, no lo parecía cada vez que mostraba tanta seguridad en que Bella saldría huyendo despavorida ante cualquiera de sus revelaciones. Parece que sí que había depositado demasiada confianza en su don para leer mentes, hasta el punto que está más perdido que un elefante en una cacharrería cada vez que tiene que interpretar pensamientos procedentes de una fuente no audible para él.
Yo me preguntaba si la notablemente superior extensión de este tomo frente a su contraparte, Crepúsculo, se debería más que nada a la inclusión de muchas escenas nuevas, pero no es así. Sí que hay varias escenas nuevas, suficientes como añadir novedad al libro y que no sea una mera repetición de acontecimientos desde un punto de vista distinto. Pero la diferencia de tamaño de debe más que nada a que cada una de las escenas que sí que estaban en el otro libro se amplían bastante más. No porque ocurran más cosas, sino por las cuantiosas y extensas reflexiones que Edward intercala en ellas. Porque parece ser que en eso él se parece mucho a mí, y cada evento desencadena un millar de reflexiones que nos pueden estar haciendo dar vueltas y más vueltas a la cabeza sin descanso.
Es decir, los acontecimientos se alargan más y suceden más lentos, como podemos comprobar, por ejemplo, con la ampliación de la escena del prado. Así, recibimos información valiosa sobre qué estaba pasando por la mente de Edward mientras Bella lo inspeccionaba sobre la hierba (aunque nunca pensé que fuera a tratarse de algo tan abstracto) o sabemos cuál fue la primera reacción de Bella cuando Edward se expuso al sol. He de decir que no recordaba que esto no aparecía en el libro original, y, al ver que no me sonaba lo que estaba leyendo, tuve que hacer una pausa para releer de nuevo la escena en el otro libro.
Quizá fuera esta una de las escenas preferidas de los fans y por eso Stephenie se propuso ampliarla. Lo cierto es que, si bien la escena que, sin duda alguna, yo más ansiaba leer desde que comencé este nuevo volumen era la presentación de Bella a los padres de Edward, la que más enriquecedora encontré y más disfruté fue precisamente la del prado, al verla desmenuzada con tanto detalle y sentimiento.
En comparación, el estilo de narración de Bella durante todo el Crepúsculo original es completamente directo, casi limitado a contar lo que está ocurriendo sin apenas apreciaciones personales de por medio. Una retransmisión casi limpia, menos viciada por delirios subjetivos. Buscando una analogía, si la forma de narración de Bella es un breve cuento juvenil, la de Edward es un amplio y sesudo ensayo.
Sin embargo, en ningún momento su narración se me hizo pesada o espesa. El libro no me hizo aburrirme en ningún momento. Había escenas que atrapaban más mi interés que otras, evidentemente. Sus interacciones con Bella y con los Cullen para mí hacían palidecer al resto. Pero todo lo demás era interesante también.
Una de las razones por las que también le tenía tantas ganas a este libro era para poder conocer más sobre los Cullen. No hablo solo de su pasado, sino de su día a día y, sobre todo, de cómo iban sobrellevando la progresiva infatuación de Edward con Bella y sus opiniones sobre ella. Tenía una enorme curiosidad por obtener impresiones sobre Bella por parte de miembros del clan como Jasper, Emmett, Carlisle o Esme, que habían sido los más neutrales al respecto. Quizá no recibí tanto sobre eso como yo quería, pero tampoco fue tan escaso como para suscitar mis quejas. Por ejemplo, se abordan en más profundidad los resentimientos de Rosalie hacia Bella. Una parte de mí entiende que Bella la ponga de los nervios, porque, a fin de cuentas a mí también me pasa y yo tampoco entendería que es lo que Edward ve en ella. Pero por otro lado, Rosalie se pasa muchísimo con ella y su profundo odio no me parece justificado solo por la estúpida razón de que envidie que ella sea humana.
También nos enteramos de hechos que desconocíamos hasta ahora, como que Edward no podía leer con claridad la mente del padre de Bella, Charlie, o que la de Renée (su madre) es ruidosa y demandante. Supongo que ha sido un intento de la autora por explicar la procedencia de la silenciosa mente de Bella, pero creo que Stephenie ha sufrido un lapsus matemático al considerar que una mente muy audible sumada a otra muy discreta darían como producto una mente completamente muda. Supongo que no seré la única que vea el fallo en esa lógica. Eso por no hablar de que en tomos anteriores como Amanecer nos dejaron la impresión de que Edward sí podía leer la mente de Charlie, como cuando le están revelando que van a contraer matrimonio y Edward súbitamente se relaja porque sabe cómo va a reaccionar Charlie. Además, ¿a caso no le hubiera comentado Edward a Bella que también tenía problemas para leer la mente de su padre? A fin de cuentas, eso hubiera hecho que Bella no se sintiera tan “bicho raro”, y él sabe cuánto odia ella esa sensación.
Hablando de mentes, también averiguamos que Edward considera que la de Jacob es algo así como “inocente y pura”. Me pregunto durante cuánto tiempo más seguiría pensando de esta manera antes de que los celos se abrieran paso en su concepción sobre él. Probablemente en cuanto regresara de Italia y comprobara la estrecha “amistad” que se había forjado entre ambos.
Por otra parte, no sé si como resultado de algún tipo de demanda por parte de los fans, conocemos mucho más acerca de los gustos literarios, musicales, cinematográficos y de todo tipo de Bella porque han incluido o alargado sus conversaciones durante las comidas en la cafetería del instituto, en las que Edward la sometía a intensos interrogatorios. Sin embargo, me frustró que no se nos dieran las mismas respuestas respecto a Edward. ¿Por qué ilustrarnos tanto respecto a los gustos de Bella y mantenernos en tinieblas respecto a Edward? ¿Para seguir manteniendo un halo de misterio en torno a él?
Otro de los atractivos de releer Crepúsculo bajo la perspectiva de Edward era conocer qué había estada haciendo este mientras no se encontraba con Bella. Dado que los primeros capítulos —que son en los que están más distanciados—, ya los habíamos leído hace años, solo cabían sorpresas respecto a los momentos en los que Bella estaba dormida, y, sobre todo, mientras permanecen separados porque James va a la caza de Bella, que es el único momento desde que empiezan a intimar en el que realmente se alejan el uno del otro, por la propia seguridad de Bella. Así, yo creía que la escena de la busca y captura de James iba a ser más interesante, pero lo cierto es que no. Para mi sorpresa, me resulta más atrayente lo que ocurre entre Bella, Jasper y Alice que entre Edward, Carlisle y Emmett, que, básicamente, se redujo a correr tras el rastreador.
Más sugestivo pero mucho más desconcertante fue la narración del intrincado plan elaborado por Alice para buscar una coartada para todos ellos para poder explicar la escabechina montada en la sala de ballet y en el cuerpo de la propia Bella, mientras esta se hallaba inconsciente camino al hospital. He de ser franca y admitir que no me enteré de mucho. Con tanto salto temporal y ausencia de explicaciones, no me quedaba muy claro qué estaba sucediendo en la realidad y qué sucedía solo en la mente de Alice.
Desafortunadamente, la autora no ha disfrutado de la escritura de Sol de medianoche tanto como yo de su lectura, argumentando razones poco convincentes sobre la falta de libertad creativa inherente a la reescritura de una historia que ya ha sido contada. Mentira cochina, porque no solo es distinto de por sí el relatar los eventos desde un punto de vista completamente distinto si no que la propia extensión del libro demuestra que no se ha quedado precisamente corta añadiendo escenas completamente nuevas. Se le ha pasado la “fiebre Crepúsculo” y punto. Lo malo es que nos quedamos sin Luna Nueva, Eclipse y Amanecer contados por Edward, para mi enorme desgracia.
Termino mi reseña concluyendo que es una lectura de la que realmente he disfrutado mucho y que me resultaba realmente adictiva, hasta el punto de costarme parar. No obstante, sin duda interesará más a los fans tradicionales de Crepúsculo que a nuevos lectores, que se pueden ver espantados por la ingente dimensión de semejante tocho y por las intrincadas y numerosas deliberaciones mentales de Edward. Aun así, yo no puedo por menos que recomendarlo.