El dulce lamentar de dos pastores, 
Salicio juntamente y Nemoroso, 
he de cantar, sus quejas imitando; 
cuyas ovejas al cantar sabroso 
estaban muy atentas, los amores,                   5 
de pacer olvidadas, escuchando. 
Tú, que ganaste obrando 
un nombre en todo el mundo 
y un grado sin segundo, 
agora estés atento sólo y dado                     10 
al ínclito gobierno del estado 
albano; agora vuelto a la otra parte, 
resplandeciente, armado, 
representando en tierra el fiero Marte; 
  
  agora de cuidados enojosos                       15 
y de negocios libre, por ventura 
andes a caza, el monte fatigando 
en ardiente jinete que apresura 
el curso tras los ciervos temerosos, 
que en vano su morir van dilatando;                20 
espera, que en tornando 
a ser restitüido 
al ocio ya perdido, 
luego verás ejercitar mi pluma 
por la infinita, innumerable suma                   25 
de tus virtudes y famosas obras, 
antes que me consuma, 
faltando a ti, que a todo el mondo sobras. 
  
  En tanto que este tiempo que adivino 
viene a sacarme de la deuda un día                30 
que se debe a tu fama y a tu gloria 
(que es deuda general, no sólo mía, 
mas de cualquier ingenio peregrino 
que celebra lo digno de memoria), 
el árbol de victoria,                              35 
que ciñe estrechamente 
tu gloriosa frente, 
dé lugar a la hiedra que se planta 
debajo de tu sombra, y se levanta 
poco a poco, arrimada a tus loores;                40 
y en cuanto esto se canta, 
escucha tú el cantar de mis pastores. 
  
  Saliendo de las ondas encendido, 
rayaba de los montes el altura 
el sol, cuando Salicio, recostado                  45 
al pie de un alta haya en la verdura, 
por donde un agua clara con sonido 
atravesaba el fresco y verde prado, 
él, con canto acordado 
al rumor que sonaba,                               50 
del agua que pasaba, 
se quejaba tan dulce y blandamente 
como si no estuviera de allí ausente 
la que de su dolor culpa tenía; 
y así, como presente,                              55 
razonando con ella, le decía: 
  
Salicio: 
  ¡Oh más dura que mármol a mis quejas, 
y al encendido fuego en que me quemo 
más helada que nieve, Galatea!, 
estoy muriendo, y aún la vida temo;                60 
témola con razón, pues tú me dejas, 
que no hay sin ti el vivir para qué sea. 
Vergüenza he que me vea 
ninguno en tal estado, 
de ti desamparado,                                 65 
y de mí mismo yo me corro agora. 
¿De un alma te desdeñas ser señora, 
donde siempre moraste, no pudiendo 
de ella salir un hora? 
Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.              70 
  
  El sol tiende los rayos de su lumbre 
por montes y por valles, despertando 
las aves y animales y la gente: 
cuál por el aire claro va volando, 
cuál por el verde valle o alta cumbre              75 
paciendo va segura y libremente, 
cuál con el sol presente 
va de nuevo al oficio, 
y al usado ejercicio 
do su natura o menester le inclina,                80 
siempre está en llanto esta ánima mezquina, 
cuando la sombra el mondo va cubriendo, 
o la luz se avecina. 
Salid sin duelo, lágrimas, corriendo. 
  
  Y tú, de esta mi vida ya olvidada,              85 
sin mostrar un pequeño sentimiento 
de que por ti Salicio triste muera, 
dejas llevar, desconocida, al viento 
el amor y la fe que ser guardada 
eternamente sólo a mí debiera                     90 
¡Oh Dios!, ¿por qué siquiera, 
pues ves desde tu altura 
esta falsa perjura 
causar la muerte de un estrecho amigo, 
no recibe del cielo algún castigo?                 95 
Si en pago del amor yo estoy muriendo, 
¿qué hará el enemigo? 
Salid sin duelo, lágrimas, corriendo. 
  
  Por ti el silencio de la selva umbrosa, 
por ti la esquividad y apartamiento                100 
del solitario monte me agradaba; 
por ti la verde hierba, el fresco viento, 
el blanco lirio y colorada rosa 
y dulce primavera deseaba. 
¡Ay, cuánto me engañaba!                           105 
¡Ay, cuán diferente era 
y cuán de otra manera 
lo que en tu falso pecho se escondía! 
Bien claro con su voz me lo decía 
la siniestra corneja, repitiendo                   110 
la desventura mía. 
Salid sin duelo, lágrimas, corriendo. 
  
  ¡Cuántas veces, durmiendo en la floresta, 
reputándolo yo por desvarío, 
vi mi mal entre sueños, desdichado!                115 
Soñaba que en el tiempo del estío 
llevaba, por pasar allí la sienta, 
a beber en el Tajo mi ganado; 
y después de llegado, 
sin saber de cuál arte,                            120 
por desusada parte 
y por nuevo camino el agua se iba; 
ardiendo yo con la calor estiva, 
el curso enajenado iba siguiendo 
del agua fugitiva.                                 125 
Salid sin duelo, lágrimas, corriendo. 
  
  Tu dulce habla ¿en cúya oreja suena? 
Tus claros ojos ¿a quién los volviste? 
¿Por quién tan sin respeto me trocaste? 
Tu quebrantada fe ¿dó la pusiste?                  130 
¿Cuál es el cuello que como en cadena 
de tus hermosos brazos añudaste? 
No hay corazón que baste, 
aunque fuese de piedra, 
viendo mi amada hiedra,                            135 
de mí arrancada, en otro muro asida, 
y mi parra en otro olmo entretejida, 
que no se esté con llanto deshaciendo 
hasta acabar la vida. 
Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.              140 
  
  ¿Qué no se esperará de aquí adelante,  
por difícil que sea y por incierto? 
O ¿qué discordia no será juntada? 
Y juntamente ¿qué tendrá por cierto, 
o qué de hoy más no temerá el amante,              145 
siendo a todo materia por ti dada? 
Cuando tú enajenada 
de mi cuidado fuiste, 
notable causa diste, 
y ejemplo a todos cuantos cubre el cielo,          150 
que el más seguro tema con recelo 
perder lo que estuviere poseyendo. 
Salid fuera sin duelo, 
salid sin duelo, lágrimas, corriendo. 
  
  Materia diste al mundo de esperanza              155 
de alcanzar lo imposible y no pensado, 
y de hacer juntar lo diferente, 
dando a quien diste el corazón malvado, 
quitándolo de mí con tal mudanza 
que siempre sonará de gente en gente.              160 
La cordera paciente 
con el lobo hambriento 
hará su ayuntamiento, 
y con las simples aves sin rüido 
harán las bravas sierpes ya su nido;               165 
que mayor diferencia comprendo 
de ti al que has escogido. 
Salid sin duelo, lágrimas, corriendo. 
  
  Siempre de nueva leche en el verano 
y en el invierno abundo; en mi majada              170 
la manteca y el queso está sobrado. 
De mi cantar, pues, yo te vía agradada 
tanto que no pudiera el mantüano 
Títero ser de ti más alabado. 
No soy, pues, bien mirado,                         175 
tan disforme ni feo; 
que aun agora me veo 
en esta agua que corre clara y pura, 
y cierto no trocara mi figura 
con ese que de mí se está riendo;                  180 
¡trocara mi ventura! 
Salid sin duelo, lágrimas, corriendo. 
  
  ¿Cómo te vine en tanto menosprecio? 
¿Cómo te fui tan presto aborrecible? 
¿Cómo te faltó en mí el conocimiento?              185 
Si no tuvieras condición terrible, 
siempre fuera tenido de ti en precio, 
y no viera de ti este apartamiento. 
¿No sabes que sin cuento 
buscan en el estío                                 190 
mis ovejas el frío 
de la sierra de Cuenca, y el gobierno 
del abrigado Estremo en el invierno? 
Mas ¡qué vale el tener, si derritiendo 
me estoy en llanto eterno!                         195 
Salid sin duelo, lágrimas, corriendo. 
  
  Con mi llorar las piedras enternecen 
su natural dureza y la quebrantan; 
los árboles parece que se inclinan; 
las aves que me escuchan, cuando cantan,           200 
con diferente voz se condolecen, 
y mi morir cantando me adivinan; 
las fieras que reclinan 
su cuerpo fatigado 
dejan el sosegado                                  205 
sueño por escuchar mi llanto triste. 
Tú sola contra mí te endureciste, 
los ojos aun siquiera no volviendo 
a lo que tú hiciste. 
Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.              210 
  
  Mas ya que a socorrerme aquí no vienes, 
no dejes el lugar que tanto amaste, 
que bien podrás venir de mí segura. 
Yo dejaré el lugar do me dejaste; 
ven, si por sólo esto te detienes.                 215 
Ves aquí un prado lleno de verdura, 
ves aquí una espesura, 
ves aquí una agua clara, 
en otro tiempo cara, 
a quien de ti con lágrimas me quejo.               220 
Quizá aquí hallarás, pues yo me alejo, 
al que todo mi bien quitarme puede; 
que pues el bien le dejo, 
no es mucho que el lugar también le quede. 
  
  Aquí dio fin a su cantar Salicio,                225 
y suspirando en el postrero acento, 
soltó de llanto una profunda vena; 
queriendo el monte al grave sentimiento 
de aquel dolor en algo ser propicio, 
con la pesada voz retumba y suena;                 230 
la blanda Filomena, 
casi como dolida 
y a compasión movida, 
dulcemente responde al son lloroso. 
Lo que cantó tras esto Nemoroso,                    235 
decidlo vos, Piérides, que tanto 
no puedo yo ni oso, 
que siento enflaquecer mi débil canto. 
  
Nemoroso: 
  Corrientes aguas puras, cristalinas, 
árboles que os estáis mirando en ellas,            240 
verde prado, de fresca sombra lleno, 
aves que aquí sembráis vuestras querellas, 
hiedra que por los árboles caminas, 
torciendo el paso por su verde seno: 
yo me vi tan ajeno                                 245 
del grave mal que siento, 
que de puro contento 
con vuestra soledad me recreaba, 
donde con dulce sueño reposaba, 
o con el pensamiento discurría                     250 
por donde no hallaba 
sino memorias llenas de alegría. 
  
  Y en este mismo valle, donde agora 
me entristezco y me canso en el reposo, 
estuve ya contento y descansado.                   255 
¡Oh bien caduco, vano y presuroso! 
Acuérdome, durmiendo aquí alguna hora, 
que despertando, a Elisa vi a mi lado. 
¡Oh miserable hado! 
¡Oh tela delicada,                                 260 
antes de tiempo dada 
a los agudos filos de la muerte! 
Más convenible fuera aquesta suerte 
a los cansados años de mi vida, 
que es más que el hierro fuerte,                   265 
pues no la ha quebrantado tu partida. 
  
  ¿Dó están agora aquellos claros ojos 
que llevaban tras sí, como colgada, 
mi ánima, doquier que ellos se volvían? 
¿Dó está la blanca mano delicada,                  270 
llena de vencimientos y despojos 
que de mí mis sentidos le ofrecían? 
Los cabellos que vían 
con gran desprecio al oro, 
como a menor tesoro,                               275 
¿adónde están, adónde el blando pecho? 
¿Dó la columna que el dorado techo 
con proporción graciosa sostenía? 
Aquesto todo agora ya se encierra, 
por desventura mía,                                280 
en la oscura, desierta y dura tierra. 
  
  ¿Quién me dijera, Elisa, vida mía, 
cuando en aqueste valle al fresco viento 
andábamos cogiendo tiernas flores, 
que había de ver, con largo apartamiento            285 
venir el triste y solitario día 
que diese amargo fin a mis amores? 
El cielo en mis dolores 
cargó la mano tanto 
que a sempiterno llanto                            290 
y a triste soledad me ha condenado; 
y lo que siento más es verme atado 
a la pesada vida y enojosa, 
solo, desamparado, 
ciego, sin lumbre, en cárcel tenebrosa.            295 
  
  Después que nos dejaste, nunca pace 
en hartura el ganado ya, ni acude 
el campo al labrador con mano llena; 
no hay bien que en mal no se convierta y mude: 
La mala hierba al trigo ahoga, y nace              300 
en lugar suyo la infelice avena; 
la tierra, que de buena 
gana nos producía 
flores con que solía 
quitar en sólo vellas mil enojos,                  305 
produce agora en cambio estos abrojos, 
ya de rigor de espinas intratable. 
Yo hago con mis ojos 
crecer, llorando, el fruto miserable. 
  
  Como al partir del sol la sombra crece,          310 
y en cayendo su rayo, se levanta 
la negra escuridad que el mundo cubre, 
de do viene el temor que nos espanta 
y la medrosa forma en que se ofrece 
aquello que la noche nos encubre,                  315 
hasta que el sol descubre 
su luz pura y hermosa: 
tal es la tenebrosa 
noche de tu partir en que he quedado 
de sombra y de temor atormentado,                  320 
hasta que muerte el tiempo determine 
que a ver el deseado 
sol de tu clara vista me encamine. 
  
  Cual suele el ruiseñor con triste canto 
quejarse, entre las hojas escondido,               325 
del duro labrador que cautamente 
le despojó su caro y dulce nido 
de los tiernos hijuelos entretanto 
que del amado ramo estaba ausente, 
y aquel dolor que siente,                           330 
con diferencia tanta 
por la dulce garganta 
despide que a su canto el aire suena, 
y la callada noche no refrena 
su lamentable oficio y sus querellas,              335 
trayendo de su pena 
al cielo por testigo y las estrellas; 
  
  desta manera suelto yo la rienda 
a mi dolor, y así me quejo en vano 
de la dureza de la muerte airada.                  340 
Ella en mi corazón metió la mano 
y de allí me llevó mi dulce prenda, 
que aquél era su nido y su morada. 
¡Ay, muerte arrebatada! 
Por ti me estoy quejando                           345 
al cielo y enojando 
con importuno llanto al mundo todo! 
El desigual dolor no sufre modo; 
no me podrán quitar el dolorido 
sentir si ya del todo                             350 
primero no me quitan el sentido. 
  
  Tengo una parte aquí de tus cabellos, 
Elisa, envueltos en un blanco paño, 
que nunca de mi seno se me apartan; 
descójolos, y de un dolor tamaño                   355 
enternecer me siento que sobre ellos 
nunca mis ojos de llorar se hartan. 
Sin que de allí se partan, 
con sospiros calientes, 
más que la llama ardientes,                        360 
los enjugo del llanto, y de consuno 
casi los paso y cuento uno a uno; 
juntándolos, con un cordón los ato. 
Tras esto el importuno 
dolor me deja descansar un rato.                   365 
  
  Mas luego a la memoria se me ofrece 
aquella noche tenebrosa, escura, 
que siempre aflige esta ánima mezquina 
con la memoria de mi desventura 
Verte presente agora me parece                     370 
en aquel duro trance de Lucina, 
y aquella voz divina, 
con cuyo son y acentos 
a los airados vientos 
pudieras amansar, que agora es muda,               375 
me parece que oigo, que a la cruda, 
inexorable diosa demandabas 
en aquel paso ayuda; 
y tú, rústica diosa, ¿dónde estabas? 
  
  ¿Íbate tanto en perseguir las fieras?            380 
¿Íbate tanto en un pastor dormido? 
¿Cosa pudo bastar a tal crüeza, 
que, conmovida a compasión, oído 
a los votos y lágrimas no dieras, 
por no ver hecha tierra tal belleza,               385 
o no ver la tristeza 
en que tu Nemoroso 
queda, que su reposo 
era seguir tu oficio, persiguiendo 
las fieras por los monte, y ofreciendo             390 
a tus sagradas aras los despojos? 
¡Y tú, ingrata, riendo 
dejas morir mi bien ante los ojos! 
  
  Divina Elisa, pues agora el cielo 
con inmortales pies pisas y mides,                 395 
y su mudanza ves, estando queda, 
¿por qué de mí te olvidas y no pides 
que se apresure el tiempo en que este velo 
rompa del cuerpo, y verme libre pueda, 
y en la tercera rueda,                             400 
contigo mano a mano, 
busquemos otro llano, 
busquemos otros montes y otros ríos, 
otros valles floridos y sombríos, 
donde descanse y siempre pueda verte                 405 
ante los ojos míos, 
sin miedo y sobresalto de perderte? 
            ------ 
  Nunca pusieran fin al triste lloro 
los pastores, ni fueran acabadas 
las canciones que sólo el monte oía,               410 
si mirando las nubes coloradas, 
al tramontar del sol bordadas de oro, 
no vieran que era ya pasado el día, 
la sombra se veía 
venir corriendo apriesa                            415 
ya por la falda espesa 
del altísimo monte, y recordando 
ambos como de sueño, y acabando 
el fugitivo sol, de luz escaso, 
su ganado llevando,                                420 
se fueran recogiendo paso a paso. 
  
  
Fuente:  http://ieslluissimarro.org/castella/2011/05/03/egloga-i-garcilaso-de-la-vega/ 
 
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