Introducción
Hoy os traigo la reseña de la obra de Francisco
Delicado: La Lozana Andaluza (1528).
Qué tostón de libro. Con eso lo digo todo.
No ha sido, en absoluto, una lectura de placer;
sino que una de mis profesoras nos mandó leerlo como lectura obligatoria de su
asignatura. ¿En serio no había otro libro más interesante, ameno y entretenido
que nos pudiera haber pedido leer en su lugar? Apuesto a que casi cualquier
obra de la época, de ese género o de equivalentes características, hubiese sido
preferible a esta.
No es un libro muy gordo, pues la edición que he
leído yo, que es la de Clásicos Castalia, cuenta con 287 páginas; pero han sido
las 287 páginas más largas de toda mi vida. Y eso que yo, sobre todo de
pequeña, era una devora-libros que podía leerse una obra de 500 páginas en
cuatro días, aproximadamente. Si bien es cierto que eso era en verano, sin
tener otras cosas que hacer, además de tratarse de literatura de ficción
juvenil contemporánea, que, sin duda, se lee mejor que cualquier otro género. Este
calculo que he tardado unas dos semanas en leerlo —también hay que tener en
cuenta que he tenido que compaginar su lectura con las clases y con otras
tareas—.
Argumento (¿realmente
lo hay?)
Se trata de una novela dialogada. Debido a esto y
a otros rasgos, guarda algunas semejanzas con La Celestina, si bien esta última es infinitamente superior. De
hecho —por muy pocos clásicos españoles que yo haya leído—, consideraría La Celestina una de las mejores obras
españolas, mientras que La Lozana, me
siento muy tentada a considerarla una de las peores. Al igual que Celestina,
Lozana cuenta con ciertas nociones —más que cuestionables— de “Medicina” (muy
entre comillas), Ginecología, Fitoterapia, Herbología, etc. de las que se
aprovecha para timar a la gente y que la paguen por sus “remedios”. Se trata de
una mujer astuta, taimada y avispada, que encandila y engaña a la gente para
que le den dinero a cambio de sus servicios (tanto medicinales como sexuales).
A lo largo de la obra ella admite en diversas ocasiones que se inventa muchas
de las recetas que ella propone para sus “pacientes”, y que no tiene ningún
escrúpulo en estafar a la gente para obtener dinero.
Me cuesta comprender qué le ven a este libro. Es
aburrido, lineal, monótono, y contiene pasajes realmente obscenos. En líneas
generales, cuenta la vida de una prostituta andaluza desde que se asienta en
Roma. Esta mujer es Aldonza, después conocida como Lozana por su atractivo y
sus maneras. Toda la obra consiste en cómo la mujer aprovecha sus malas artes
para atraer a su lecho a los hombres a cambio de dinero, aunque la mayor parte
de las veces no le hace falta, ya que son ellos solitos los que van hacia ella
como moscas a la miel. El resto de la obra consiste en Lozana timando con
remedios falsos a otras personas. YA. Las 287 páginas consisten solo en eso. Ni
acción, ni suspense, ni clímax argumentativo. NADA. Lo más gentil que podría
decir para describir la obra en lo referente a su contenido y acción (o más
bien ausencia de ella) es que es… mmmm… veamos … costumbrista. Sí, esa me vale. Eso cuela.
Estructura
externa y características formales (y si no tiene,
me las invento)
Está dividida, no en capítulos, sino en mamotretos (sí, no es broma. Realmente se llaman así, yo qué queréis que le haga). 66 pesados mamotretos, de corta extensión —variable de unos a otros— pero que se hacen realmente interminables. Y cuando ya crees que te has librado de la obra al acabar el último mamotreto, ¡sorpresa!, viene una apología, una explicación, un epílogo, una carta de excomunión, una epístola de la Lozana y una digresión del autor. Juro que para poder terminar la obra tuve que levantarme y leer mientras caminaba por la casa para evitar distraerme y ponerme a pensar en otra cosa mientras leía.
Está dividida, no en capítulos, sino en mamotretos (sí, no es broma. Realmente se llaman así, yo qué queréis que le haga). 66 pesados mamotretos, de corta extensión —variable de unos a otros— pero que se hacen realmente interminables. Y cuando ya crees que te has librado de la obra al acabar el último mamotreto, ¡sorpresa!, viene una apología, una explicación, un epílogo, una carta de excomunión, una epístola de la Lozana y una digresión del autor. Juro que para poder terminar la obra tuve que levantarme y leer mientras caminaba por la casa para evitar distraerme y ponerme a pensar en otra cosa mientras leía.
La obra es una novela dialogada, con lo cual, es muy
semejante al teatro: no es más que una sucesión de intervenciones de personajes.
Todo diálogo. Esa es una de las causas de que la historia sea tan difícil de
seguir, ya que todo lo que ocurre tienes que suponerlo por las intervenciones
orales de los personajes y por los escuetos epígrafes explicativos que preceden
cada mamotreto. El autor aparece como un personaje más, pero, lejos de explicar
lo que ocurre, se limita a interactuar con otros personajes dialogando. Se echa
en falta un narrador que explique lo que está sucediendo, dónde se encuentran
los personajes, etc. Está claro que se escribió para ser representada, pues
constantemente intuyes que para poder entender ciertos pasajes necesitarías ver
a los personajes realizando las acciones que el narrador no explica. Por tanto,
el lector tiene que suponer lo que está pasando en ese momento solo por lo que
se intuye en los diálogos.
Tampoco se respeta en estos la coherencia
temporal, en el sentido de que algunas acciones parecen haberse producido en un
lapso de tiempo inverosímil. Por ejemplo, al principio de la obra la Lozana
recibe unas croquetas de otros personajes. Como no hay narrador, en ningún
momento el lector sospecha que ella haya empezado a comérselas hasta, que, tras
una corta intervención suya, la protagonista comenta que ya se las ha
terminado. Ni el lector sabía que se las estaba comiendo, ni ha dado tiempo
real a que esta se las coma a la vez que habla. Toda la obra es así de
incoherente y caótica.
A la hora de comprender lo que sucede en la obra,
a la ausencia del narrador típico en las novelas se suma el lenguaje. Se trata
de la modalidad de castellano antiguo que debían hablar las capas bajas de la
sociedad en aquel siglo. Decir que constituye un registro inculto, coloquial o
informal sería quedarse sumamente corto. Emplean un lenguaje tosco, vulgar,
obsceno, paleto y que llega a su grado más soez en los pasajes sexuales de la
obra. Paradójicamente, aunque se cuente la vida de una prostituta, dichos
pasajes sexuales son bastante escasos.
Pero el lenguaje resulta, ante todo, tremendamente
incomprensible. No exagero si digo que las vertientes más cultas, elevadas y
poéticas del castellano antiguo se entienden mucho mejor que esta. El 90% del
tiempo que leía la obra no era capaz de comprender qué estaba ocurriendo, qué
era lo que estaban diciendo, dónde estaban, cuánto tiempo había transcurrido,
etc. Era, por tanto, una lectura sumamente frustrante.
Un amplio
refranero (Bueeeeno,
diré algo positivo)
Lo más interesante, destacable o positivo que se
me ocurre de la obra es la enorme colección de refranes populares que esta
integra, algunos de los cuales son alterados por el autor para adecuarlos a las
circunstancias de la trama. Por lo tanto, esta obra resulta idónea para realizar
cualquier estudio paremiológico que se precie (dícese por ‘Paremiología’ la
ciencia de estudia los refranes o proverbios, también llamados paremias).
Conclusión (vamos, que nos vamos)
No recomiendo su lectura por placer, evidentemente. Solo me parece pertinente y recomendable leerla en el caso de tener que realizar una investigación o trabajo acerca de la forma de expresión de los estratos más humildes de la sociedad española del siglo XVI o del refranero popular español de hace siglos.
No recomiendo su lectura por placer, evidentemente. Solo me parece pertinente y recomendable leerla en el caso de tener que realizar una investigación o trabajo acerca de la forma de expresión de los estratos más humildes de la sociedad española del siglo XVI o del refranero popular español de hace siglos.
Fuente de la imagen:
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